¿Te acuerdas cuando todo era árboles y lagos?
Cuando la Tierra era dueña y señora de sus parcelas y en sus caudales corría la libertad empapada.
Cuando los paisajes se coloreaban con montañas y su monstruosa belleza cubierta de cactáceas, envueltas por un azul espeso y el blanco esponjoso de las nubes.
Cuando el viento gobernaba las alturas y hacía los árboles danzar y, ellos, a sujetarse de sus raíces y ser flexibles para no morir.
Madre Tierra era indiscutible Reina de Belleza Universal.
Andábamos con su permiso, entre los bosques y su helada humedad.
Éramos la tierra y sus lugares sembrados de inefable grandeza.
Éramos la Tierra, y el silencio abono para plantas y frutos.
Luego, el ruido y los vacíos.
La soledad y el miedo.
La avaricia, la codicia;
la eterna insatisfacción, el nunca es suficiente.
Fuimos tierra, agua y viento.
Fuimos el fruto, la raíz y la hoja.
Fuimos semilla que floreció mil veces.
¿Fuimos? … Somos.
¿Cuándo nos volvimos intrusos de nuestro propio hogar?