A veces no aguanto los huesos, los músculos, el sueño;
pero el sueño es el que estoy persiguiendo.
Llego exhausta cada noche y quisiera dormir dos o tres días seguidos,
pero hay que comer y, sobre todo, hay que vivir y para eso hay que bailar.
Voy al trabajo y lo gozo…
pero cuando toco el piso helado con mi rostro,
la música corre por mis oídos como agua viva de río y
toca este cuerpo que recuerda y olvida…
el sonido golpea mi pecho, hombros, cadera…
viaja por mi cuerpo y canta la niña Lechuga,
contenta de ser lo que siempre fue:
desdoblamiento del alma;
danza, danza,
danza que palpita una sonata infinita de delirio,
de ilusión que aguarda ansiosa,
para probar de nuevo
la deliciosa duela en que flotan mis fantasías.