Cuando se me duerme la creatividad,
de algún modo,
también se me duerme la vida.
Me vuelvo aburrida, dramática, sobre todo.
La clave está en no perderla,
en no soltarle la mano
porque en ella vive la resiliencia.
En mantenerla despierta
para que salpique con ideas
y nuevas estrategias de salvación a todo mundo,
a mí, particularmente.
“¿Eres poeta o drama…” turga?
A veces ambas.
La vida no es lo que esperas, nunca.
Es vida y ya, a secas (y de seca tiene muy poco).
Los agnósticos dicen que nada en Dios tiene sentido.
Que no hay un más allá que el más acá
que no se parece a otra cosa que la vida agria y terrenal.
No es cierto.
Todo tiene sentido en ella
cuando la miras a los ojos y, en este preciso instante, te ha sonreído.
Cuando tus piernas siguen dando pasos
y tus manos contando historias,
y tu corazón escribiendo poemas y dramas.
Pasa que se nos durmió el instinto.
Los otros animales no padecen de estos problemas de la mente;
de la existencial duda de ser o no ser;
ni del por qué así y no asado;
o del por qué ya no me quiere
si antes me amó desenfundada-mente.
Creemos que somos más de lo que somos.
No somos dioses, sí humanos.
Parte de un todo creado por el dios de la casualidad
o del azar, o por el de la física o el de la biología;
seres evolucionados, al fin, por razones que no elegimos.
Elegimos hoy y nada más.
Yo elijo escribir y, ahora mismo, bailar.