He venido huyendo de tristes cantares,
con oídos sordos a llantos y lamentos
que aún se alojan al interior.
El pecho duele,
el sentimiento desaparece.
Se esfuman al tiempo sueños e ilusiones,
verdades y mentiras
que convergen en silencioso entierro;
sin abrazo que alivie
ni dedos ajenos que acicalen lágrimas.
Sin palabras de consuelo
ni caricias compasivas.
En muerte lejana el amor se desvanece,
sin encuentros de rozadura
de quienes mordieron la misma manzana
y abrazaron la misma almohada.
Muere en uno el amor del otro,
sucumbe en la soledad de un silencio catacumbar.
Deja de latir en la distancia
desbordado de sinceras gracias,
y sacude sin medida las consciencias
de aquellos que se amaron con el alma,
para abrir puerta a un nuevo comienzo.